
El término “transparencia” aparece todos los días en los medios de comunicación que se dedican tanto a la política, como a la economía o a la ciencia. Y este fenómeno se ha extendido, de manera inevitable, al mundo de las organizaciones de la sociedad civil.
La credibilidad del tercer sector se sostiene en gran parte en su ética y en su permanente búsqueda del interés general. Sin embargo, la propia madurez del sector y el reconocimiento de éste como agente de transformación social, han aumentado la necesidad de trabajar activamente para conseguir legitimidad y credibilidad, ambas estrechamente relacionadas con la capacidad para rendir cuentas y la transparencia sobre las prácticas, internas y externas, de las organizaciones.
Sabemos que al donante hay que hacerle ver la importancia de su colaboración y mostrar agradecimiento e interés por su gesto. Pero también hay que hacerlo sentir confiado en que su dinero se utilizará criteriosamente. Además, cabe recordar y tener siempre presente, que es un derecho del donante que se le rindan cuentas de lo que se hace con su dinero. No sólo que se aplicará al fin que se espera, como es obvio, sino también que se utilizará de la forma más provechosa.
Para ello habrá que enviarles información. De forma puntual si su colaboración ha tenido tal carácter. De forma regular si su apoyo también lo es. Si se les puede explicar con detalle qué se ha hecho con su dinero (en el caso de las donaciones aplicadas a un fin específico), será mejor que si se les cuenta de forma genérica qué hace la organización.
Si la donación no está afectada a ninguna actividad específica, puede bastar con exponerle los logros, actividades y proyectos más destacados de la organización.
También hay que saber cuánta información dar y de qué tipo. Para eso es fundamental conocer a quienes donan a la causa/organización. Hay personas que puede requerir más que otras. Unas pueden estar interesadas en el impacto social de su donación y otras en la forma en que se gestionan los fondos. Unas pueden valorar que se les envíe una revista a todo color y a otras les puede parecer un derroche de plata que sería mejor emplearlo en el fin social.
Como no logramos conocer a todos los donantes y, por ende, no sabemos qué requiere cada uno, podemos seguir algunos criterios generales:
– Suponemos que cuanto más comprometido sea el donante requerirá información en mayor cantidad y grado de profundidad. De esta forma podemos mantener diferentes programas de información dividiendo a los donantes en varios segmentos (ocasionales, regulares, grandes donantes).
– Es preferible dar una información concisa y permitir que quien desee más la tenga disponible, que abrumar con información a la que los donantes no están dispuestos a prestar su atención.
– Es conveniente diversificar las vías a través de las que se informa a los donantes para que la comunicación no resulte monótona. Por ejemplo, se puede invitar a los donantes a eventos en los que pueden conocer a los beneficiarios en persona, que son los verdaderos protagonistas. O se les puede enviar información en formato audiovisual, que suele ser más impactante que la información escrita.
Por otra parte, hay que distinguir entre donantes individuales e institucionales. Los primeros pueden tener preferencias muy variadas según cada individuo. En cambio, los segundos, sobre todo si se trata de fundaciones financiadoras u organismos públicos, pueden requerir una justificación del empleo de sus aportes conforme a requerimientos precisos o a convenciones establecidas.
La rendición de cuentas no debe consistir únicamente en relatar lo que se hizo y en qué se gastó el dinero, sino sobre todo en el impacto de esa donación en los beneficiarios. En este sentido, conviene realizar y divulgar de forma resumida las evaluaciones del impacto o de los resultados de los diferentes programas. Como complemento (o como alternativa, si no se cuenta con evaluaciones formales) se pueden exponer testimonios de los beneficiarios y su entorno más cercano.
Transparencia ¿peligrosa?
Suena poco agradable a la vista, pero la transparencia también tiene sus peligros. El primero y más importante es que se convierta en un fin en sí mismo. No hay que olvidar que el único y más importante fin de una organización es cumplir su misión. Todo está supeditado a ésta. También la transparencia. Se puede hacer un buen trabajo y no ser totalmente transparente pero también puede suceder lo contrario.
La transparencia contribuye a atraer y mantener la confianza de los donantes, pero no es el único factor que influye en ella. Si la sobrevaloramos, puede que descuidemos otros aspectos o que hagamos demasiados esfuerzos inútiles. Los donantes también aprecian la honestidad de la organización, su competencia para gestionar sus recursos y para realizar su intervención.
Otro riesgo es limitar la transparencia solo a los datos, sin ayudar al público a interpretar su significado. Transparencia no es sólo divulgar las cuentas y los proyectos realizados al detalle, sino explicar qué dicen sobre el modo en que trabaja la organización y, sobre todo, explicar cómo la gestión de los recursos se ha empleado eficaz y eficientemente en el cumplimiento de la misión. El déficit de transparencia puede provocar desconfianza y el exceso una intoxicación informativa por sobredosis.
Una mejora en la transparencia de las organizaciones redundaría en una mejor percepción del sector como agente eficaz de transformación social. También debería suponer una mejora en su capacidad de comunicación y una mayor eficacia de todos sus mensajes, aumentando el impacto de su actividad.
Y, por último, debería mejorar también la percepción que sus miembros tengan de ella.
No solo sus trabajadores y voluntarios. También sus beneficiarios y el resto de grupos de interés con los que se relaciona de manera directa.
¿Cuáles son los pasos a seguir para una correcta rendición de cuentas?